martes, 5 de febrero de 2008

Volver


Volver a abrir las manos
hasta que las manos
retuerzan
la soga de los días
hasta que la ahoguen
hasta que la griten
hasta que vuelva a oler
a polen de torcazas
hasta que cada pétalo
de cada camelia
oxidado y sin sur
se estrelle contra la vida.
Volver a asir la punta
de todo lo que cabe
de todo lo que infecte
de todo lo que muela
sangrar hasta encontrar
la astilla que supura
el perfume a madera
las cenizas del comienzo.
Volver como vuelven
los trenes de la tarde
oliendo a cardos y óxido
masticando la humedad
de las pieles antiguas
rozando su nombre
así, como al descuido.
Volver de las cosas triviales
de la ropa tendida
de las ventanas encendidas
de la tarde del domingo
de los hijos en la falda.
Y hacerte existir descalzo
aquí, junto a los trenes,
con la tarde que revienta
sus cardos oxidados
sus terribles camelias
su humedad de comienzo.

Daniela Piccione

Ignacio y mis agujas.


Tejo incansablemente un pulóver blanco
Ignacio me mira pasar la lana
yo con el rabillo descuidado
asalto por instantes esos ojos
- me los quedo -
río a media risa el holocausto
de vérselo en vuelo de cometas
con pelota bajo el brazo y descosido
cazando a coro e grito una palabra.
El sigue mirando mis agujas
yo sigo tejiéndome en sus ojos.


Daniela Piccione

Manu y el naranja



Cuando la tarde sangra de naranjas
sus mejillas se salpican de arreboles
y un intenso calor me lo aproxima
de tierra de cabellos o roturas
Manu enjuicia con su índice mis nones
y se ríe de los ojos para adentro
traduciendo su espacio en una mueca
Manu archiva cada tarde mi paciencia
dibujando en las paredes helicópteros
se bebe como un sabio los perdones
y avanza en zapatillas desatadas.
Cuando la noche por oscura me lo acerca
su fantasma se arrincona con mi puerta
y él descalzo sin arreboles ni naranjas
se abroja en miedos por mis manos.

Cuando la parábola del tiempo me lo esconda
voy a temer haber perdido sus caricias
voy a temer de sus piratas el cuchillo
voy a temer no ser de madre en su naranja.

Daniela Piccione